2013. Valencia-Cáceres. 9 días, 900 kms (15 al 23 de agosto)

1ª etapa: Valencia-Titaguas: 108 kms Por sexto año consecutivo me dispongo a cruzar España en bici, esta vez con el propósito de ir desde Valencia hasta Cáceres, unos 900 kms en 9 días, dos más que de costumbre. En realidad son 10, puesto que comencé ayer con los 25 kms entre Ibiza y San Antonio más el trayecto entre el puerto de Valencia y el hotel. Por cierto, qué gozada los carriles bici de Valencia. Hoy, en previsión del calor (37 grados al final de la etapa), salí temprano de Valencia, a las 6. Un par de despistes han sumado 16 kms a una etapa prevista de 92 kms con final en Titaguas. ¡Y eso me da una rrraaabbiaaaa! Lo más duro han sido los 20 kms de ascensión prácticamente continua al final de la jornada y cuando más calor hacía. En total he ascendido hoy 1.506 metros en 6 horas y 20 minutos. Durante el camino me acompañó durante unos 20 kms Manuel, de 63 años y amena charla. Cómo le da al pedal el abuelete. Este hombre es otro ejemplo de cómo nos estamos cargando el país. Después de trabajar 30 años en Lois, lo jubilaron anticipadamente. Sobre la caída de la textil, tiene una teoría: "Hacíamos unos vaqueros demasiado buenos". Mañana etapa complicada, larga y con alerta amarilla por lluvia y tormenta. Al menos baja la temperatura unos 10 grados. 2ª etapa Titaguas-Frías de Albarracín: 125 kms Desde hoy tengo fundamentos para hacer mía la famosa frase de 'Blade runner' "he visto cosas que jamás imaginarías". De hecho, he tenido que darme un pellizco para comprobar que no estaba soñando. Pedaleaba sobre las 9.30 horas bajo los impresionantes restos de Moya cuando observé a mi diestra a seis tipos en medio de un secarral empujando sendos carritos de golf. Pellizco mediante, me quedé atónito cuando uno de ellos sacó un palo, colocó la bola y la golpeó a lo Tiger Woods, pero entre cardos, rascamoños y un denso trigal. Esperaba escuchar un "eagle", pero en su lugar alguien gritó "agua para los patos", lo cual aún me tiene intrigado. Tengo fotos que acreditan lo que cuento. Acertó Aemet cuando pronosticó las tormentas, pero tuve suerte y las sorteé todas, cuyos truenos escuchaba a proa y popa, acojonado ante el estruendo. Aemet, sin embargo, no mencionaba las nubes de mariposas que me han acompañado toda la etapa: negras, naranjas y azules. Miles. El jueves, las nubes eran de pesadas moscas, que no paraban de molestar. Incluso una se metió en mi boca. En Frías de Albarracín, donde he llegado, tampoco faltan moscas. En la habitación ya he matado 30, y cuando creo que no quedan más, aparecen otras. ¿Resucitan las moscas? ¿Hay moscas zombies? El pueblo que hay antes se llama Moscardón, quizás un aviso. Al pasar por Landete tuve que bordear el pueblo, ya que la calle principal estaba cerrada: el inevitable encierro estival. También hay encierro y fiestas en Frías, grrrrrr, lo que significa que apenas podré dormir, me temo. Al final he pedaleado 125 kms, cinco más de lo previsto, durante 7 horas y 40 minutos y he ascendido 1.944 metros, unos 100 más de lo previsto, que no es moco de pavo. Mañana etapa relativamente sencilla en la que acabaré en el pueblo donde nació el ciclista que más admiraba en mi niñez. 3ª etapa Frías-Priego: 92 kms Al final fue peor de lo esperado. Acongojado con la idea de que a medianoche los mozos y las mozas se las harían pasar canutas al toro embolado (podía imaginar los resoplidos de angustia del bicho y cómo huelen cuando están aterrorizados; hay que joderse con ciertas tradiciones), fui pronto a dormir para ganar tiempo, pues a continuación se anunciaba otra sesión de tortura -esta vez no al animal- por parte de la orquesta Avalancha (la orquesta Ibiza toca hoy, qué cosas), de esas que lo mismo te tocan una de Iron Maiden que los grandes éxitos de Juanito Valderrama. Al toro ni le oí, menos mal, pero a la orquesta... A las 6.45 horas, cuando salía del pueblecito, la banda hacía poco que se había despedido y las mozas y mozos bailaban aún en la plaza al ritmo de una discoteca ambulante, que ya son ganas con la que caía en ese momento: 6 grados. Pero todo se explica si tenemos en cuenta el grado de cocimiento del personal, que ya venía poniéndose a tono desde la tarde anterior. Baste decir que quienes controlaban a la vaquilla en la capea llevaban una muleta en una mano y un mini (o dos) de cerveza en la otra. Con guantes de verano, esos 6 grados me congelaron los dedos. Apenas los sentía y cambiar de marchas, sobre todo los platos, era doloroso. Pero como soy muy sufrido, aguanté el tipo y apreté los dientes al estilo Fignon mientras como una saeta atravesaba nieblas, barrancos, desfiladeros y hoces acompañado a veces por los bucólicos saltitos de los ciervos (plim, plim) que huían despavoridos en cuanto me veían aparecer como una flecha, o quién sabe si porque olían mi sudor a distancia o por ese dichoso ruidito que me taladra desde que comencé el viaje y que no soy capaz de averiguar de donde narices sale. Tras pasar junto a los nacimientos de los ríos Tajo, Júcar y Cuervo, seguí buena parte del curso del Cabriel, que está a rebosar, precioso, y del Escabas, también con el cauce a tope, el agua cristalina. El paisaje, como en los Pirineos, impresionante. Y aquí estoy, en el pueblo natal de Luis Ocaña, mi héroe de la niñez y a quien en su pueblo han dedicado una avenida, un parque y, dentro de este, una estatua en cuyo pedestal grabaron su excelso palmarés. Uno de los cocineros del hostal me ha recordado que aquí no todos le tienen mucho cariño, por aquello que iba más de gabacho que de conquense, por renegar de su patria, vamos. Y yo le he recordado que el hombre tenía un carácter del carajo, que no todos somos perfectos, pero que era la leche sobre dos ruedas, que no se puede tener todo. "Y fue el único que ganó a Mercx", ha apuntado, pese a su juventud. Pues con un estilo muy muy lejano al de Ocaña, esta mañana corrí 92 kms en cuatro horas y 49 minutos y ascendí 990 metros. Mañana, destino a mi pastelería de la Alcarria favorita... Si sigue existiendo. 4ª etapa Priego-Tendilla-Guadalajara: 105 kms En esta entrada no aparece el mapa ni el gráfico de desniveles (ya los colocaré más adelante: ya lo están) por culpa de unos ronquidos. Me explico. Harto de los rugidos nocturnos del vecino de la habitación del hostal, decidí, desvelado, salir a las 6 h, aunque sopesé vengarme conectando a todo volumen el canal de Intereconomía, que ya es maldad. A esas horas no se veía un pijo, de manera que cogí una carretera equivocada (un clásico en mi historial ciclista) si bien en la dirección correcta. Me vino bien, pues ahorre unos 10 kms. Gracias al roncador compulsivo llegué muy pronto a mi destino, Tendilla, donde lo primero que hice fue comprar unos borrachos de La Mariposa. Hacía 25 años que no probaba ese manjar, y mucho me temía que la pastelería ya hubiera desaparecido. Casi, según el dueño, Eugenio Doncel: "Pues casi no los pruebas. En 2002 me dieron un par de infartos. Estuve a las puertas de San Pedro". Y lo peor es que sus exquisitos pasteles tienen el tiempo contado. Sus hijas trabajan en Madrid y no parecen dispuestas a seguir la tradición. Así que dentro de unos años, ni borrachos ni cocos ni na de na. La vida en la Tierra ya no será igual. Posiblemente es el mismo futuro que espera a Tendilla. Desde que el tráfico no pasa por el interior del pueblo su economía se hunde irremisiblemente. Numerosos bares han cerrado (incluso uno que mostraba en la pared un enorme lucio) y son numerosas las casas abandonadas o en estado de ruina. Ni siquiera sobrevive su tahona, de donde salía un pan exquisito: "El chico murió", cuenta el pastelero. Y nadie siguió la tradición. A eso de las 16 horas decidí marcharme hacia Guadalajara, pues en el hostal no se podía descansar. Demasiado ruido, demasiado calor, demasiado cutre, y eso que estoy curado de espanto. Así que con 36 grados al sol y viento de cara, me propuse recorrer los 24 kms que me separaban de la civilización tras ascender un puertazo de 4,5 kms. Con un par de ruedas. Y aquí estoy, fresquito y, en apariencia, sin vecinos que roncan como elefantes. La distancia total de la etapa ha sido, finalmente, de 105 kms y he ascendido 1.302 metros en 5 h y 31 m. 5ª etapa Guadalajara-Rascafría: 93 kms Hay olores que jamás se olvidan y que te retrotraen al pasado en cuanto los percibes. Hoy he sentido eso en cuanto he traspasado la frontera entre Guadalajara y Madrid y en mi pituitaria se han colado las fragancias dulzonas de la jara y el tomillo. He entrado en Madrid por el valle del Lozoya, con la visión de una mancha de nieve al fondo y en lo alto, en Peñalara. La etapa de hoy tenía 93 kms, con final en Rascafría, que he completado en 5 horas y 23 minutos tras ascender 1.174 metros. Al final, entre el cansancio acumulado y que no había manera de encontrar el alojamiento, he tardado más de lo esperado. De chiste ha sido el corrillo de mujeres que se ha montado cuando preguntaba en el pueblo por el hotel, muy de Gila, aunque han sido muy amables: por aquí, por allá, ¿pero ese no es el hotel de la Paqui?, pues aquí no hay hoteles... Hasta ocho personas intentando desentrañar el entuerto. Mañana, la madre de todas las etapas, por la que me he entrenado durante todo un año. 6ª etapa Rascafría-La Cañada: 97 kms Quizás nunca iguale el poético pedaleo de Fausto Coppi al ascender el Izoard ni suba el Mont Ventoux con la suicida determinación de Eddy Merckx ni tenga el ímpetu de Luis Ocaña al coronar el Tourmalet, pero hoy me he sentido muy cerca de ellos, mis dioses con un par de ruedas. Hoy tenía alas en las ruedas. Y he volado alto. A las 6.45 horas partí de Rascafría con la determinación (y el canguelo, todo hay que decirlo) de coronar el puerto de Navacerrada, que para un menda como yo son palabras mayores. La preparación en Ibiza de este tipo de escalada es complicada: la ruta con la montaña más alta tiene una longitud de 4,5 kms y apenas asciende dos centenares de metros; la de Navacerrada, casi 14 kms y llega hasta los 1.858 metros. Mi duda era si todo el entrenamiento invernal, en el que insistí en las grandes pendientes, que subía tozudo una y otra vez aun siendo cortas (pero con porcentajes del 8 al 16%), había servido de algo. Y ha servido. Ascendí a Cotos y a Navacerrada como Indurain (con perdón y salvando las distancias), sin levantarme del sillín, dosificando la energía (desconocía cómo reaccionaría a 13 kms de subida continua) pero con pedaleo firme y constante (machacón que es uno). Los rayos de sol iluminaban las cimas de la sierra cuando me encontraba a 1.400 metros de altitud, y a 1.600 metros ya me calentaban el flanco de babor mientras iba como un tiro, plis plas, plis plas, escopetado, sin parar siquiera a observar a un tejón muerto y hediondo que yacía en la cuneta de estribor ni para fotografiar a una piara de cochinos jabalíes que pastaban en un claro del espeso bosque. En una hora y 20 minutos completaba uno de los sueños de mi niñez, subir de una tacada hasta los 1.858 metros del puerto de Navacerrada, sentirme en la gloria (a pesar de cómo me escuecen las rozaduras del trasero), rozar con la punta de los dedos a Coppi. Y como una flor. Y tras el éxtasis, más puertecitos para completar el día, como el de la Cruz Verde+La Paradilla, 9 kms completados también de una tacada en los que hay pendientes del 13% y el sol pega con saña mientras las moscas y las abejas (ayer me picó una en el cuello) no paran de incordiar. En total, hoy recorrí 97 kms en 5 horas y 41 minutos y ascendí 1.812 metros para, en La Cañada, ser acogido con mucho cariño. 7ª etapa La Cañada-Piedrahita: 84 kms Mi suegra lo resume en la frase "qué necesidad hay". Pero si esta mañana, a las 7, se hubiera deslizado conmigo desde La Cañada, a más de 1.400 metros, hasta Ávila, lo entendería todo. Bajaba como una flecha con un pedazo de Luna como una moneda de 100 pelas de plata colgada al frente, en el oeste, sobre el perfil recortado de la imponente sierra de Gredos. A ambos lados, laderas peladas y doradas en las que pastaban rebaños de vacas y toros. Un espacio y un momento inmensos. La gloria debe de ser algo parecido. En el aire flotaba un, mmmm, ¿olor a boñiga?, que por la mañana huele a... boñiga de vaca. Pero dudo de que a mi suegra la convenzan mis argumentos, sobre todo si recurro a la escatología o si le cuento cómo, desde mediodía, atiza por estos lares Lorenzo. Doping del día: entrecot abulense y natillas, muy ricas, aunque a años luz de las de mi suegra. Ascendí 660 metros en 84 kms, que recorrí en 3 horas y 52 minutos. 8ª etapa Piedrahita-Plasencia: 92 kms Desde el puerto de Tornavacas se atisba la sartén extremeña. Si se mira atrás, el cielo es claro y, a las 8 de la mañana, hace fresquito, unos 10 grados. Al sur parece que ya a esas horas han conectado la barbacoa. Imagino lo que me espera y me siento chuletón a la brasa. Plasencia se encuentra, desde allí, a medio centenar de kilómetros, tras atravesar el frondoso y activo valle del Jerte. Doping del día: torta del Casar. He ascendido 614 metros en 4 horas y 11 minutos. Mañana, traca final: el Monfragüe. 9ª etapa Plasencia-Cáceres: 98 kms Al verlo de sopetón, tan cerca, no supe cómo reaccionar. Pasé con la bici a su lado, apenas a dos metros, casi podía tocarlo. Tenía ante mí a una pedazo cierva que me miraba con sus ojazos tan pasmada como yo a ella. El rumiante, junto a la cuneta, entre las ramas de los castaños; yo sobre la bicicleta. Eran las 7.45 horas en el parque nacional de Monfragüe, pocos metros después del puente que cruza las aguas embalsadas del Tajo. Durante breves segundos el animal y yo, otro bicho, he de admitirlo, nos miramos fijamente, justo el tiempo que transcurrió entre el momento en que nos vimos mutuamente, pase a su lado y decidí proseguir para no asustarlo (y, he de confesar, porque estaba tan cerca que temí que me embistiera). Me quedé tan embobado que solo supe decir "buenos días", lo cual le debió flipar aún más que ver y oler a un apestoso humano sobre dos ruedas a esas horas. Y luego vi dos cigüeñas sobre un peñasco del mirador del gitano que al verme despegaron hacia otra roca más alta, desde la que empezaron con su crotoreo. Y buitres, primero, en cabeza, uno enorme, y tras él 20 más que volaban, supongo, hacia un muladar, pues no lo hacían en círculos, sino en una dirección muy precisa. Y una garduña (atropellada) y decenas de ciervos más que corrían como posesos por las dehesas o que escalaban por las laderas rocosas. Lo curioso es que no he visto ni una piara de cerditos ibéricos en todo este tramo. El paso por Monfragüe, que se lo debo a mi cuñado -gracias por la sugerencia-, ha sido una delicia, el colofón a nueve intensos días en los que he cruzado España de este a oeste. Hoy sumé 97 kms más (en justo cinco horas) a un total de 918 kms desde que partí de Ibiza el 14 de agosto. Y he ascendido otros 982 metros: en las nueve etapas he subido 11.228 metros con un par de ruedas. Es decir, un Everest y cuarto. Doping del día: salmorejo y tocino de cielo. Fin del trayecto.