2014. Transpirenaica (12 al 21 de julio)


Transpirenaica. Etapa 1: Vic-Ribes de Freser (12 de julio)
Tenía la idea desde hace tres años, pero al final siempre me entraba el canguelo y me echaba atrás. Pero ya en septiembre de 2013, tras el viaje entre Valencia y Cáceres, me decidí a jugármela: en 2014 cruzaría los Pirineos. Una locura, sí, pero como decía Coppi, "la gesta más loca es la gesta más bella". Así que siguiendo la filosofía del ciclista italiano y tras nueve meses de preparación, aquí estoy, frente al inmenso escenario donde Ocaña, Merckx, Indurain y Fignon subieron a los altares del ciclismo, aunque no se haya desvanecido mi canguelo. Esta mañana cubrí la primera etapa, que transcurría entre Vic y Ribes de Freser y que recorrí en su mayor parte por la BP-4654 para evitar la peligrosa C-17, si bien los últimos 13 kilómetros (desde Ripoll) los hice por esta última. Salida de Vic a las 7.30 horas con mucho fresquito (14 grados) y un centenar de punkies de fiesta a la salida del pueblo, ambientado por el tufillo del estiércol con el que se abonan los alrededores de la comarca. Un caminito precioso, muy de Heidi, de verdes prados, frondosos bosques, caudalosos riachuelos y lustrosas vacas rumiando, con apenas tráfico (me han adelantado un par de tractores a toda leche y coches contados con los dedos de una mano), muy agradable.
Hoy fue sencillo. Mañana empieza lo duro.
Kms recorridos: 88
Desnivel acumulado: 1.500 m


Transpirenaica: Etapa 2: Ribes de Freser-Ax-les-Thermes (13 de julio)
En el frontal de un retablo de la iglesia de Ribes de Freser (una copia, pues el original no está allí) se puede leer "Q visq vis súper astra levatur" (Cualquiera puede subir por encima de las estrellas). Pues eso: hoy he estado (yo, un cualquiera) más cerca que nunca (sobre dos ruedas, claro) de tocarlas, a 1910 metros. Nunca he subido tan alto en la vida, lo cual me da que pensar.




Como para haber salido esta mañana con el maillot de manga corta: en Ribes de Freser el termómetro marcaba 6 grados,mientras que en lo alto de Toses (1.790 m) subía a 10 grados. La ascensión hasta esta montaña es fácil, con apenas pendientes fuertes, salvo en algún tramo; pero es llevadero. El único problema es que es larguísimo, 20 kilómetros de subida sin parar. Luego se desciende hasta Puigcerdà (cuidado con las vacas: un rebaño ha salido a mi encuentro, ha atravesado la carretera y casi me empotro contra un ternero) y la frontera con Francia, para iniciar otra larga ascensión de 20 kilómetros hasta el Puymorens, de 1.910 metros, este un poco más difícil (pero no mucho) que el Toses. La carretera en este tramo francés, penosa, para que luego nos quejemos del asfalto patrio, ay. ¡A los mojones, de plástico, se les han caído los números! Conforme se escala esta cima aumenta el frío, mucho. Arriba, en la cumbre, el viento era gélido. Pero lo compensaba el espectáculo fabuloso que se divisaba desde allí: a sus faldas veía cómo la carretera ascendía como una serpiente desde Courbasil; alrededor, los picos nevados rozaban el cielo y los suculentos pastos (para las vacas, claro) se extendían sin fin. Muy bucólico. Las bajada, casi 30 kms a tumba abierta hasta Ax-les-Thermes, donde di cuenta de un entrecote colosal.
Mañana subo a un col mítico.
Distancia: 105 kms
Desnivel acumulado: 1.800 m





Transpirenaica. Etapa 3: Ax-les-Thermes-Saint Girons (14 de julio)
Me decidí por la 'Marsellesa' para afrontar la etapa, entre otras razones porque hoy es el día grande de Francia: para confraternizar, digamos. Para subir el Col de Port, ese del que Fignon decía que al ascender sentía como si volara (Laurent Fignon, 'Éramos jóvenes e inconscientes'), qué mejor que el himno francés. Cuando lo escucho o tarareo, me pone, me dan ganas de tomar yo solo la Bastilla y que empiecen a rodar cabezas, allez allez.
Iba pues silbando con entusiasmo la 'Marsellesa' tras salir de Ax-les-Thermes cuando a unos 15 kilómetros me aguó el entusiasmo un chaparrón de narices que me dejó calado. No es que me pillara de improviso, pues las nubes amenazaban desde la salida, pero no me esperaba semejante descarga, que no pararía en toda la mañana, intermitente pero constante. Me pude cambiar de ropa, pero se volvió a mojar durante la subida al Col de Port, nueve kilómetros con pendientes serias y continuadas, pasadas en este caso por agua. Sumen a mojado un airecillo gélido que cortaba el aliento. Fignon se pillaba unos constipados de aúpa en cuanto pasaba un poquito de frío; creo que de momento me he librado, y eso que frío he pasado un montón. He acabado con las manos entumecidas, los guantes y el coulotte, empapados. Arriba, en el Col, las nubes bajas impedían contemplar el entorno y el viento del norte impelía a los pocos senderistas que allí había a abrigarse con todo lo que llevaban en sus mochilas. En la bajada, ni una vaca, pero muchas cabras ramoneando.
Mañana, un par de puertos más, uno con mucha historia.
Distancia: 84 km

Desnivel acumulado: 1.000 metros


Transpirenaica. Etapa 4: Saint Girons-Bagnères de Luchon (15 de julio)
El Grand Cafe de l'Union de Saint Girons, junto al hotel homónimo que debió vivir tiempos gloriosos pero que ahora se cae a pedazos, parece el centro de reunión de la ciudad. Mientras el camarero rubicundo y panzudo sirve las mesas de la terraza, dentro decenas de personas miran hacia un mismo punto, la tele. Conversan entre ellos, como si comentaran una jugada, e incluso por momentos se exaltan, suspiran o gritan en apoyo de alguien. ¿Pero no había acabado ya el Mundial de fútbol? La extraña escena tiene una explicación: ven el final de la etapa del Tour. Aquí el ciclismo es una religión. Todo francés que se precie esconde un pequeño Bernard Hinault en su corazón. Incluso la dueña del hotel, Mercedes, hija de españoles exiliados después de que les mataran a sus maridos o a toda su familia, ya sabe a esas horas que Contador se ha tenido que retirar de la vuelta a Francia. La paro cuando empieza a decir que si la mala suerte del chaval, que si el doping... De doping nada, señora, eso no se lo consiento, a Contador no me lo toque que la tenemos. Su marido, Gerard, sabe tela: que si voy a pasar por donde la palmó Fabio Cassartelli, que si llevo los piñones y platos adecuados...
Un Hinault (o, según el carácter, un Fignon) en el interior, pero también un Alain Proust, que menudos son en las carreteras. Algunos dan miedo. Subiendo el Col de Portet d'Aspet varios me pasaron rozando. Es un puerto largo, de los duros, no tanto por su elevación, apenas 1.000 metros, como por lo largo que es y sus intensas pendientes. Durante varios kilómetros no se baja del 8% y casi todo el rato se está entre el 10 y el 12%. Mientras el día anterior pasé frío y me empapé, hoy el sol ha apretado de lo lindo. Mañana, más.

Peor es la bajada. Con rampas continuadas del 17% y un firme malo y lleno de gravilla no extraña que Fabio Cassartelli muriera en una de sus curvas el 18 de julio de 1995. Justo donde se partió la cabeza contra un muró hay un monumento en su memoria, a los pies de un inmenso bosque que tapiza las paredes verticales de esa montaña.
Poco después comienza el Col des Ares, que también por su altura parece poca cosa pero que es de los serios, por su distancia y pendientes. 
En Bagnères de Luchon, desde donde se ven los picos nevados del Aneto y las cumbres cercanas, se respira ciclismo por todas partes: hay tiendas especializadas, los cafés y brasseries lucen en sus escaparates dibujos y símbolos ciclistas, entre las farolas cuelgan banderolas con los colores de los maillots del Tour (amarillos, verde, blanco y con lunares rojos, el de la montaña). Incluso el Ayuntamiento se ha engalanado con fotos de los ganadores de las etapas que pasaron por allí, entre ellos Ocaña, Fuente y Manzaneque, y con unos muñecos disfrazados de corredores porque el Tour pasa por allí dentro de una semana. 
Mañana empieza lo realmente duro. Palabras mayores. 
Distancia recorrida: 82 kms
Desnivel acumulado: 1.400 m










Transpirenaica. Etapa 5: Bagnères de Luchon-Arreau (16 de julio)
La montaña empieza en la misma Bagnères de Luchon, desde la rotonda en la que anuncian con un enorme cartel que el Tour pasará por allí en unos días. Y dos veces. Comienzan allí 14 kilómetros de ascensión donde se han de aprovechar las pendientes del 5 y del 6% para descansar, así que el resto lo podéis imaginar: el desnivel se mantiene entre el 8 y el 11%, con una larga zona del 12% al finalizar. A las nueve de la mañana el calor pega fuerte. Para hoy se esperan hasta 34 grados, el trópico para los lugareños, que resoplan ante lo que se les avecina. Un par de obreros eliminan en un pueblecito idílico de la montaña los badenes de plástico para evitar más accidentes en el pelotón, que a este paso no quedará ni dios en el Tour.
Ante 14 kilómetros así han de responder tanto las piernas como la cabeza, más esta última. Y no hay que perderla tanto si parece que llega el martillo del desvanecimiento como si aflora la euforia porque todo va mejor de lo esperado. Hay que beber sin parar, porque no se para de sudar tanto por el esfuerzo como por el calor.
A los 1.200 metros de altura comienzan a desaparecer los frondosos bosques que al comienzo dan una tregua con su sombra. Se abren claros, gigantescos pastos donde pacen decenas de vacas orondas. A los 1300 metros ya no quedan árboles ni, por tanto, cobijo ante el ardiente sol. Vacas, sí. Y faltan casi 300 metros de altura por superar en los próximos 3.000 metros.
Llegué a los Pirineos de puntillas, con respeto hacia ese escenario gigantesco en el que los grandes del ciclismo dejaron su huella. Saber que por esta misma carretera volaron Merckx o Perico Delgado emociona. Da alas. Supongo que lo mismo debe sentir un jugador de Segunda que pisa el césped del Bernabéu. Dan ganas de pedir permiso antes de rodar por este (bendito) asfalto, este sí en buenas condiciones. Pero a los 1.400 metros lo que más anima es ver ese fabuloso paisaje, esos verdes y extensos prados que ascienden como una moqueta hasta la cima, donde asoma la luna menguante y el cielo es limpio, de un azul intenso. De  no ser por las vacas, es lo más parecido a un fondo de escritorio de Windows, una foto perfecta donde nada desencaja. Ni siquiera mi humilde Orbea Aqua, a la que hoy no chirría nada, ni un piñón. Se ha quedado muda, quien sabe si acongojada ante un escenario en el que se han vivido algunos de los momentos épicos de la historia del ciclismo.
Los últimos 200 metros tienen cuatro sucesivas curvas de herradura, de las que más me gustan. Desde esa altura ya se puede divisar toda la ascensión. Al fondo, las cimas recortadas de los Pirineos, muchas nevadas. En la cima, a 1569 metros, hay un mojón con los datos de la ascensión. Es un lugar de culto entre quienes se mueven sobre dos ruedas.  Un ciclista sofocado acaba de hacerse allí una foto tras ascender desde Arreau. "Te dejo la plaza libre", dice. Y aparta su bici. Ahora le toca el momento de gloria a otro. He subido solo hasta allí, sin cruzarme con nadie, pero dentro de un rato los menos madrugadores se darán codazos por retratarse en ese lugar, un tótem de peregrinación ciclista.
Luego, la bajada, esa en la que Perico Delgado se ganó entre los franceses el sobrenombre de le fou, el loco, cuando en 1983 descendió en plan suicida, el culo en pompa, el mentón rozando la rueda delantera, dicen que a 90 kilómetros por hora, para cazar a Millar. Es un descenso vertiginoso, bellísimo, en el que te topas con decenas de ciclistas que también quieren coronar ese mito. Uno de ellos, un hombre manco. Ese sí que tiene mérito. Ese sí que es un campeón.

Mañana, descanso antes de afrontar la primera de las dos etapas reina de esta ruta. La de hoy, de apenas 32 kilómetros y unos 900 metros de ascenso, estaba planteada como entrenamiento y para ver cómo respondía ante 14 kilómetros de ascenso continuado, algo difícil de entrenar en Ibiza.

Transpirenaica. Etapa 6: Arreau-Argeles Gazost (18 de julio)
Arriba, a 2.115 metros, hay miradas de complicidad entre todos los ciclistas que acaban de ascender el Tourmalet. Nos hacemos fotos unos a otros, intercambiamos opiniones, nos damos palmaditas, pero una sola mirada basta para compartir por lo que se ha pasado. 'Tío/a, yo entiendo qué sientes ahora mismo, sé qué significa esa sonrisa', parece que nos decimos. Si nos ponemos, seguro que terminamos todos abrazados. Porque todos, aunque exhaustos, sonreímos. Estamos en la cumbre del ciclismo, donde se forjaron las leyendas de este deporte, en un paraje extraordinariamente bello que, a la vez, forma parte de la historia viva del ciclismo. En unos días se escribirá una nueva página. Allí no llega cualquiera, solo quienes se lo ganan a golpe de pedal. En una entrevista a Peio Ruiz Cabestany publicada hoy mismo por Ander Izaguirre (el de 'Plomo en los bolsillos', un libro que no puede faltar en vuestras bibliotecas) en www.jotdown.es, el ciclista le cuenta cómo "sufría como un perro, pero no sufría" cuando iba escapado en esa ascensión en el Tour de 1985. "Subí el Tourmalet como un niño", recuerda. Disfrutaba como un chaval. Justo lo que he sentido hoy. Lo peor fue la putada que le hicieron: debía parar por el bien de Perico Delgado.
Pero no fue el único puerto de esta jornada. A las 7 horas inicié la ascensión del Col d'Aspin, de 1485 metros de altura. Son 12 kilómetros intensos con pendientes que oscilan del 7 al 12%. No está mal para desayunar. Desde los 1300 metros de altura escuché las campanas de la iglesia de Arreau, y eso que ya estaba a unos 10 kms de distancia. La razón es que para llegar a ese col hay que subir por una carretera alambicada, llena de curvas de herradura. El pueblo estaba, en realidad, justo debajo. En la cima el panorama es maravilloso: cumbres nevadas, picos que rozan el cielo, decenas de vacas que pacen en los pastos y que no dudan en plantarse en medio del asfalto hasta que les da la gana proseguir su camino. Vi incluso un ternero mamando en medio de la carretera.
"El Tourmalet... imposible subirlo en bicicleta", dijo un ingeniero de caminos, Blanchet, a los organizadores del Tour en 1910. Pero se subió. No iba Blanchet descaminado. Es muy duro. Pasados tres kilómetros desde Saint Marie de Campan no da tregua. Desde allí comienzan 14 kilómetros extenuantes en los que hay que ser paciente, saber dosificar y evitar pájaras bebiendo constantemente (y comiendo previamente). A lo largo de esa subida hay, en ese sentido, un cartel de la organización del Tour que resume qué es lo esencial en esa subida: "La mente lo es todo".
Ander Izaguirre describe en 'Plomo en los bolsillos' cómo es esa montaña: "En los muros del Tourmalet es imposible ahorrar un gramo de energía". Lo das todo. Es agotador, sin descanso. Según se asciende, los ciclistas se desfondan y descuelgan. "El Tourmalet es un puerto malintencionado; a lo largo de su camino alinea a los vencidos", cuenta Albert Londres en 'Los forzados de la carretera', el relato periodístico del Tour de 1924: "Atacan el Tourmalet con los movimientos de alguien que se golpeara la cabeza contra una pared", añadió en su famoso reportaje. El calor aprieta y llega un momento en que la única sombra es la que dan los túneles. Por suerte sopla viento de cara, que aunque frena, refresca. Es un alivio ante ese calvario.
Antes de alcanzar La Mongie se pasa por una pendiente continuada del 13%, que tras las de 9 y 10% de los tres anteriores kilómetros sientan como un mazo. Pero todo está en la mente. Relax, descanso mientras se atraviesa (a una media de 7%, que no es moco de pavo) el horripilante centro vacacional de La Mongie. Solo quedan cuatro kilómetros hasta la cima (a una media del 9,5%), que ya se puede adivinar al final de los pastos. Siento entonces lo mismo que Cabestany antes de coronar el Tourmalet. Y euforia. Después de un año de entrenamiento intenso, de subir una y otra vez pendientes del 16 al 20%, de entrenar en un lugar tan poco propicio como Ibiza, estoy a punto de conseguir uno de los sueños de mi vida. De tanta euforia, quizás de la adrenalina, vuelo los dos siguientes kilómetros y adelanto a tres ciclistas, hasta que me doy cuenta y pienso, 'tranqui, no la cagues que estás a punto de llegar'. De la alegría, hasta casi di un palmetazo en el culo de una cabra que pastaba en el arcén. Me contuve.
Arriba, la felicidad absoluta. La mía y la de las decenas de ciclistas que han peregrinado hasta ese santuario de las dos ruedas para recordar a Lapize, Thevenet, Hinault, Merckx...
La bajada es deliciosa y se alcanzan velocidades vertiginosas. En ese descenso Indurain forjó su primer maillot amarillo en 1991. Lemond quedó descolgado a 300 metros de la cumbre y el navarro, que se conocía al dedillo el trazado, bajó como una bala. Le bastó con frenar un par de veces en una carretera que ya se sabía de memoria tras tantos años de gregario. El resto es historia.

Mañana, descanso. El domingo, la segunda etapa reina. Pasaré (eso espero) por donde Bartali y Coppi compartieron un bidón y algo más.
Distancia: 81 kms




Desnivel acumulado: 2.100 metros


Transpirenaica. Etapa 7: Argelès Gazost-Tardets-Sorholu (20 de julio)
Parecerá masoca, pero subir el Col d'Aubisque envuelto en una espesa niebla que apenas dejaba ver más allá de las napias y que congelaba el ambiente ha sido una gozada. Ha sido como revivir alguna de esas épicas historias del ciclismo que tuvieron ese puerto como escenario: la de Wim Van Est en 1951, que se despeñó por un barranco de 70 metros cuando bajaba esa montaña (y lo hallaron vivo); la crisis sufrida por Anquetil al subirla en 1957 (recuperó lo perdido en la bajada); la de Eddy Merckx en 1969, que tras 140 kms de escapada llegó con 15 minutos de ventaja pero desfalleció a falta de 70 kilómetros para la meta (un proverbial bidón con champagne y zumo de naranja le reanimó y permitió sacar 7 minutos al final de la etapa; allí comenzaron a llamarle el Caníbal)...

La meteorología convirtió esta etapa con final en Tardets en una lucha contra los elementos. Primero la lluvia, fina, que me obligó a ponerme un maillot que me protegía contra el agua pero que me asó cuando dejó de chispear; luego, el intenso frío en los últimos kilómetros de la larga subida al Col de Soulor, precioso, con unas pendientes intensas, algunas del 16%; más tarde la niebla, que apareció tras coronar esta cumbre. Desde el Soulor hasta el Aubisque, 15 kilómetros temblando de frío a través de una densa nube que oscureció la mañana y que apenas dejaba ver más allá de 10 metros. A 3.000 metros de la cima se abrió un hueco en la niebla por el que se podía ver un trozo de cielo, puro y de un intenso azul. Parecía muy cercano, como si casi se pudiera tocar con la mano. En ese momento tan bello, casi religioso, te olvidas de que estás subiendo una pendiente del 10% y que aún queda un buen trecho para alcanzar la meta, allí al fondo, donde un rayo de sol se ha colado entre las nubes que barren las laderas para iluminar por un instante el hotel del Aubisque.

Lo único que me fastidió la niebla fue no poder reconocer el lugar exacto donde Coppi pasó el bidón de agua a Bartali en el Tour de 1949, una imagen que ha pasado a la historia. La escena se produjo en unas circunstancias muy distintas: en la imagen se ve a los dos exhaustos, reventados por el calor. Pero hoy hacía un frío del carajo: 8 grados. Y no pasaba ni un ciclista con el que poder revivir ese instante, pasarle el bidón y decirle, 'toma, puedes beber, aún queda un poco', mientras miras extasiado el horizonte.
Fue en esa cima donde Octave Lapize exclamó "Asesinos" tras acabar la primera etapa en que se subíó el Aubisque, el Aspin, el Peyresourde y el Tourmalet. Yo creo que Lapize se quedó corto (para más información, leed el libro 'Plomo en los bolsillos', de Ander Izaguirre; él sí que sabe historias del Tour y las cuenta muy bien).

Y tras 15 kms por la niebla, una bajada brutal medio congelado y esquivando caballos y vacas. Y desde el kilómetro 55, lluvia. Mucha lluvia, torrencial por momentos. 60 kms bajo un chaparrón. De hecho, estábamos en alerta naranja. Llegué empapado, calado, con calambres en los dedos, pero a toda leche a pesar del atracón de la ascensión y de la larga etapa. Mañana el último episodio. Os cuento el final: acaba con un chapuzón en el Cantábrico.
Distancia: 108 kms
Ascensión: 2.000 metros

Transpirenaica 2014. Etapa 8: Tardets-Saint Jean de Luz (21 de julio)
Juraría que desde el Col d'Osquich ya se olía el Cantábrico, como estoy seguro que lo olí hace cuatro años al llegar al Orduña. Pero puede que fueran las ganas de llegar a Saint Jean de Luz, el final de etapa y de esta ruta a través de los Pirineos. Hoy en especial, porque si ayer me llovió dirante 50 kms, hoy ha sido casi todo el rato, a veces torrencialmente. He acabado no solo empapado, sino también lleno de barro, como si acabara de hacer la París-Roubaix. Y agotado, más que tras subir el Tourmalet, quizás porque pedalear con tanta lluvia durante 112 kms es muy estresante, puede que porque me canse menos escalar que rodar.
El Col d'Osquich, de 500 metros, parece poca cosa, pero tiene su enjundia. Un clavo inesperado con pendientes muy fuertes al inicio que se relajan al final. Del resto solo os puedo contar lo que he visto a través de unas gafas llenas de barro o de agua: lomas tapizadas de verde, caseríos hermosos, ríos casi desbordados...

Y se acabó todo tras unos 800 kms y unos 12.000 metros de ascensión total, un Everest y medio. Abandono los Pirineos y se los dejo, enteritos, a los ciclistas del Tour, que mañana mismo empiezan a desfilar por donde esta última semana he vivido algunos de los momentos más intensos y bellos de mi vida.
Distancia: 112 kms
Desnivel acumulado: 1.300 m